fragmentos de Historia

el poder de una idea

Carta a los ateneístas de Morelos.

Después de una gira monumental de discursos en Ciudad Universitaria nos reunimos en mi casa al día siguiente. En aquel momento les expuse a mis compañeros la necesidad de tener una porra que hiciera reconocible nuestra presencia como grupo, particularmente en los certámenes de oratoria. Hasta ese momento, siendo todos de la UNAM, cuando uno de nuestros compañeros subía al podium, todos gritábamos “Goya, goya, chachún, cachún, ra, ra[...]” Pero el grupo comenzaba a crecer y era necesario construir una identidad más allá de nuestro vínculo con la Universidad Nacional.

Surgió en mi cuarto, tras varios intentos de escribir sobre papel algo simple, que rimara y fuera pegajoso: “soy la conciencia, soy la virtud, soy ateneísta de la juventud.” ¡Eso era! Solo hacía falta darle profundidad para exponerlo a mis compañeros. “La porra -les dije- es una exclamación de algarabía pero que guarda cierta mística.” La idea de reiterarnos como “la virtud” y “la conciencia” les gustó. Después de todo, quienes comenzamos el grupo teníamos la visión de erigir una empresa ética y cultural.

Así fue como además del pin, la porra nos ganó reconocimiento en muchos eventos, foros y concursos de oratoria. Nunca faltó, sien embargo, quien nos hiciera el comentario burlón de que al refrendarnos como la conciencia y la virtud de nuestra generación “nos faltaba humildad y sobraba petulancia”. Y efectivamente, ese ha sido nuestro reto: mantenernos a la estatura moral de lo que pregonamos ser. Un desafío al que todos los días nos confrontamos, no sólo como grupo, sino como individuos. ¿Cómo ser capaces de conservar la congruencia a entre lo que decimos y lo que hacemos? ¿Cómo promover una moral que no somos capaces de comprender?

Desde entonces, la porra ha servido también como un tópico para autoexaminar los valores de un ateneista. ¿Qué queremos decir al enfatizar que somos “la conciencia y la virtud”? Lo primero que hay que dejar en claro es que en ningún sentido nos jactamos de una superioridad moral respecto de nuestros coetáneos. Por el contrario, quien aspira a la virtud debe comenzar por reconocerse imperfecto, por identificar sus vicios para comenzar a enmendarlos. Como ejemplo tenemos al mismo Sócrates, quien sabiéndose por los dioses el más sabio de todos los hombres, no dejaba de reconocer su docta ignorancia ni de seguir trabajando en su construcción moral e intelectual. ¿Y es que cómo ambicionar mejorar nuestro entorno si no luchamos primero por mejorarnos a nosotros mismos?

Ser la conciencia, por otro lado, es guiar nuestras acciones bajo una actitud crítica. Es prepararnos para actuar éticamente ante la injusticia y para alzar nuestra voz en contra de cualquier opresión. Fuera de todo romanticismo, “ser la conciencia” implica tener conciencia social; es decir, identificar nuestra lucha del lado de los que nada tienen, de quienes no nacieron en un contexto de privilegio. Y así como la flama es extensión del fuego, nuestra conciencia debe ser extensión de la memoria colectiva de nuestro pueblo; porque no existe otra línea política ni ideológica a la cual adherirse sino es aquella que está con los masas, con quienes se ha de conquistar y construir un nuevo mundo.

Algo tan simple como la porra del ateneo, es remembranza de la máxima del pensamiento grecolatino, pues ha sido sobre la virtud que grandes pensadores como Platón y Virgilio han ponderado. Ser virtuoso exige al ateneísta abrazar aquel ideal que José Enrique Rodó plasmara en el Ariel: la imagen de un joven justo, prudente, con templanza y fortaleza de espíritu.

Y será la cultura el medio para alcanzar dicha virtud. Cultivando nuestro intelecto en las letras, enriqueciendo nuestra elocuencia en las palabras y fecundando la lectura en cada joven, para que la semilla del progreso germine en cada surco de la patria. Nuestra concepción de la virtud parte de nuestra herencia helénica, cuyo legado conservamos en los textos de Alfonso Reyes y en la idea socrática de que la virtud se encuentra en el conocimiento, mientras que el vicio es resultado de la ignorancia.

El poder de la idea es inconmensurable. Y por eso el Ateneo ha sobrevivido más de un centenario en el espíritu de jóvenes revolucionarios como nosotros. Nuestra porra sincretiza aquel ideal: el de construir una sociedad más justa guiada por el amor a las artes y la pasión por la política, una yuxtaposición Apolonia y Dionisíaca que heredamos de jóvenes que han buscado -y siguen buscando- cambiar la realidad de México, a través de la revolución sí, pero ya no de armas sino de intelecto, del espíritu.

Compañeros ateneístas de Morelos le felicito por tomar este paso tan importante de revivir las labores del Ateneo en su estado. Sin duda alguna la labor representará un gran compromiso e insospechados retos. Pero están en el lugar correcto, están con personas que comparten su causa y entienden su lucha.

Alguien me preguntó alguna vez qué ganaba con ir sábado tras sábado a juntas y reunirme con compañeros y más compañeros para hacer proyectos: la respuesta son ustedes. Una idea es capaz de transmitirse a otros y en ese relevo logramos a sentir lo que es la trascendencia, sentir que no eres el único con ganas de poner en alto el nombre de la juventud mexicana, sino que hay muchos otros que comparten los mismos sueños y anhelos. De sentir que el Ateneo revive después de cien años y que José Vasconcelos, Antonio Caso, Isidro Fabela y todos los ateneístas, estarían orgullosos de ver también que sus ideas trascender en nosotros.

Hace casi cinco años comencé esta aventura con amigos de la preparatoria y no saben lo mucho que me ha dado este grupo desde entonces. Hoy la aventura continúa, pero en este barco la tripulación ha ido en aumento (siempre con uno que otro polizonte). ¿Hacia dónde nos llevarán las olas? ¿Cuál es la equis que traza nuestro mapa? ¿Qué destino dirige nuestra brújula? Eso dependerá de nosotros… pero presiento que los vientos son favorables, que vamos en altamar hacia un buen camino, y que quizás el destino no sea tan importante como la voluntad incansable de seguir navegando; aún a contracorriente...

José Luis Gallegos

Victoria de Durango, 18 de noviembre de 2016